Mi Querido Aldo
Mi Querido Aldo, hoy es un día de dulce y agraz. Miro hacia atrás y algo de culpa me queda en el alma por no haber podido compartir contigo más de lo que debía. Pero sé que estos últimos meses fueron difíciles y no quise entrometerme debido a tu delicado estado de salud.
Desde el día que me avisaron que habías enfermado no te pude sacar de mi cabeza. Muchos recuerdos vinieron a mi mente (En este mismo minuto te veo mirándome de medio lado y levantándome una ceja mientras esbozas una sonrisa) Todos recuerdos de nuestras fiestas, nuestros bailes, nuestros juegos.
Esos bailes sensuales-eróticos con los que hacíamos reír al resto, menos mal que el resto era tu familia porque, de lo contrario, cualquiera habría pensado cualquier cosa! Nos reíamos mucho con esas cosas. Lo pasábamos bien.
Tantas noches en familia disfrutando de un vino, un ron y buena música! Tantas conversaciones, peleas, risas y momentos de distensión tuvimos que soy incapaz de recordar absolutamente todo.
Lo que recuerdo es que cada vez que estuve triste, tu estuviste ahí. Presente o no, pero estuviste a mi lado, con un abrazo, con una caricia, con una palabra, o tan solo una broma para sacarme una sonrisa.
No querías que te viera enfermo. En diciembre del año pasado me quedó claro que una de las razones por las que te alejaste tanto fue porque no querías que te viera enfermo y no sintiera lástima de ti. Cómo iba a tener lástima de ti? En el fondo siempre quise estar lo más cerca posible, darte minutos de alegría y no de preocupación para que tu sufrimiento fuera menor. Pero no se pudo así como yo quería.
Solo llamadas telefónicas, eso tuvimos el último tiempo. Escuchaba tu voz y me daba cuenta que tenías mucha rabia acumulada. Rabia por lo que te estaba pasando, rabia por saber que ya poco se podía hacer para contrarrestar el cáncer. Y me quedaba angustiada pensando qué podía hacer para hacer más ligera tu carga.
Cuando el viernes me avisaron que estabas mal entendí que el final estaba próximo. La impresión fue tan grande que no me da vergüenza decir que hasta me desmayé pues mis emociones no pudieron más. Mi propio cuerpo no dio más.
Al día siguiente te fui a ver, poco me importó lo que cualquier pudiera decir.
Tuve la suerte que pude subir a tu habitación a verte. Al principio, cuando entré, no pude reconocer que ese pequeño cuerpo acostado de lado en posición fetal eras tu. Me senté en la silla al lado de tu cama, entonces abriste tus ojos, me miraste, sonreíste y con apenas un hilito de voz me dijiste "Mi Pilar"
No sé cuánto rato permanecí a tu lado, tomada de la mano, haciéndote cariño, de tanto en tanto hacías lo mismo con mi mano y sentí tan fuerte tu dedos que pensé que no podía ser cierto que estabas en ese estado. Pero no era un sueño, todo era realidad.
Me reuní con el resto pero en mi mente seguía tu imagen. Entonces me di cuenta que era lo que tenía que hacer, lo que me había aconsejado una amiga, eso era lo que tenía que hacer. Esa era mi misión ese día.
"Suéltalo, déjalo ir"
Tomé valor para subir a despedirme de ti. Necesité mucho valor porque sabía que este adiós iba a ser para siempre. Ese adiós que nunca nadie quiere decir, me veía enfrentada a él de tal forma que me desgarraba en mi interior.
Pero era lo que tenía que hacer, a eso fui, a despedirme.
Traté de darte toda la paz y tranquilidad que pude, tan solo movías tu cabeza en forma afirmativa después de cada una de mis frases, dándome paz y tranquilidad a mí también. Me despedí de ti con una sonrisa y con la promesa de que todos íbamos a estar bien, que estábamos felices y en paz. Y te dije lo que quizás te dije muchas veces pero necesitaba decirte por última vez, cuánto te quería y cuán feliz era de haberte conocido y que te hubieses convertido en mi hermano mayor.
Entonces te di un beso y pedí a Dios, a los ángeles, a los santos y a todo ser superior que me estuviera escuchando que por favor diera descanso a tu cuerpo porque no te merecías todo ese sufrimiento.
Quien sea que fuere escuchó mis ruegos y la madrugada del día lunes nos abandonaste.
No puedo decir que quedó un hueco en mi alma porque la siento más llena que nunca. Lo único que puedo decir es que me siento agradecida de haberte conocido, de haber recibido tu cariño, de haber tenido en ti al hermano mayor que jamás tuve.
Adiós, mi Aldo querido, pronto nos volveremos a ver y volveremos a parrandear, a reír y a cantar como siempre lo hicimos.
Desde el día que me avisaron que habías enfermado no te pude sacar de mi cabeza. Muchos recuerdos vinieron a mi mente (En este mismo minuto te veo mirándome de medio lado y levantándome una ceja mientras esbozas una sonrisa) Todos recuerdos de nuestras fiestas, nuestros bailes, nuestros juegos.
Esos bailes sensuales-eróticos con los que hacíamos reír al resto, menos mal que el resto era tu familia porque, de lo contrario, cualquiera habría pensado cualquier cosa! Nos reíamos mucho con esas cosas. Lo pasábamos bien.
Tantas noches en familia disfrutando de un vino, un ron y buena música! Tantas conversaciones, peleas, risas y momentos de distensión tuvimos que soy incapaz de recordar absolutamente todo.
Lo que recuerdo es que cada vez que estuve triste, tu estuviste ahí. Presente o no, pero estuviste a mi lado, con un abrazo, con una caricia, con una palabra, o tan solo una broma para sacarme una sonrisa.
No querías que te viera enfermo. En diciembre del año pasado me quedó claro que una de las razones por las que te alejaste tanto fue porque no querías que te viera enfermo y no sintiera lástima de ti. Cómo iba a tener lástima de ti? En el fondo siempre quise estar lo más cerca posible, darte minutos de alegría y no de preocupación para que tu sufrimiento fuera menor. Pero no se pudo así como yo quería.
Solo llamadas telefónicas, eso tuvimos el último tiempo. Escuchaba tu voz y me daba cuenta que tenías mucha rabia acumulada. Rabia por lo que te estaba pasando, rabia por saber que ya poco se podía hacer para contrarrestar el cáncer. Y me quedaba angustiada pensando qué podía hacer para hacer más ligera tu carga.
Cuando el viernes me avisaron que estabas mal entendí que el final estaba próximo. La impresión fue tan grande que no me da vergüenza decir que hasta me desmayé pues mis emociones no pudieron más. Mi propio cuerpo no dio más.
Al día siguiente te fui a ver, poco me importó lo que cualquier pudiera decir.
Tuve la suerte que pude subir a tu habitación a verte. Al principio, cuando entré, no pude reconocer que ese pequeño cuerpo acostado de lado en posición fetal eras tu. Me senté en la silla al lado de tu cama, entonces abriste tus ojos, me miraste, sonreíste y con apenas un hilito de voz me dijiste "Mi Pilar"
No sé cuánto rato permanecí a tu lado, tomada de la mano, haciéndote cariño, de tanto en tanto hacías lo mismo con mi mano y sentí tan fuerte tu dedos que pensé que no podía ser cierto que estabas en ese estado. Pero no era un sueño, todo era realidad.
Me reuní con el resto pero en mi mente seguía tu imagen. Entonces me di cuenta que era lo que tenía que hacer, lo que me había aconsejado una amiga, eso era lo que tenía que hacer. Esa era mi misión ese día.
"Suéltalo, déjalo ir"
Tomé valor para subir a despedirme de ti. Necesité mucho valor porque sabía que este adiós iba a ser para siempre. Ese adiós que nunca nadie quiere decir, me veía enfrentada a él de tal forma que me desgarraba en mi interior.
Pero era lo que tenía que hacer, a eso fui, a despedirme.
Traté de darte toda la paz y tranquilidad que pude, tan solo movías tu cabeza en forma afirmativa después de cada una de mis frases, dándome paz y tranquilidad a mí también. Me despedí de ti con una sonrisa y con la promesa de que todos íbamos a estar bien, que estábamos felices y en paz. Y te dije lo que quizás te dije muchas veces pero necesitaba decirte por última vez, cuánto te quería y cuán feliz era de haberte conocido y que te hubieses convertido en mi hermano mayor.
Entonces te di un beso y pedí a Dios, a los ángeles, a los santos y a todo ser superior que me estuviera escuchando que por favor diera descanso a tu cuerpo porque no te merecías todo ese sufrimiento.
Quien sea que fuere escuchó mis ruegos y la madrugada del día lunes nos abandonaste.
No puedo decir que quedó un hueco en mi alma porque la siento más llena que nunca. Lo único que puedo decir es que me siento agradecida de haberte conocido, de haber recibido tu cariño, de haber tenido en ti al hermano mayor que jamás tuve.
Adiós, mi Aldo querido, pronto nos volveremos a ver y volveremos a parrandear, a reír y a cantar como siempre lo hicimos.
Comentarios