Casadas y Solteras
Antes de ayer recordé un suceso que me marcó mucho en mi
adolescencia.
Estaba en el penúltimo año del colegio cuando una de mis
compañeras hizo su fiesta de cumpleaños, en Mayo, donde casi todo el curso fue
invitado. En esa fiesta estaba uno de sus amigos, ese amigo especial el cual
siempre sueñas que un día te pedirá que seas su novia. El tipo era lindo: Alto
y de ojos claros, con un aire medio ítalo-nórdico que lo hacía interesante.
Poco después de iniciada la fiesta, se me acercó y me sacó a
bailar. No lo conocía en persona, sólo sabía de él por referencias de mi
compañera. Entablamos conversación, de esas conversaciones tontas, sin sentido
que suelen tener los adolescentes pero que los entretienen toda la noche. Y eso
fue exactamente lo que pasó: Nos quedamos toda la noche conversando y riendo.
No crean que hubo una reacción más allá de eso. No hubo
tomaditas de mano, no hubo coqueteo y menos su besito loco por ahí. Fue por eso
que no entendí lo que pasó el día lunes cuando volvimos al colegio: Tenía a
todo el curso en mi contra.
No tenía idea que el supuesto amigo de mi compañera, aquel
con el que había pasado una grata velada bailando, conversando y riendo, le iba
a pedir “pololeo” esa noche a mi compañera. ¿Qué iba a saber yo que las otras
tenían bolita de cristal y que estaba todo orquestado para eso?
Un mes después hubo otra fiesta, una fiesta que después de
tantos años, se sigue recordando. Fiesta a la que no fui invitada. En mi curso
éramos 36 compañeras. Fueron invitadas 35.
Fue la primera vez en mi vida que sentí ese rechazo que
tienen algunas mujeres por las que son libres y pocos tabúes tienen.
¿Por qué me acordé? Porque las mismas que me rechazaron por
simplemente no saber que el tío le iba a pedir pololeo a la otra están
organizando un asado con la familia.
¿Me imaginan, ahí metida entre niños y maridos?
Imagino bien el cuadro: Los niños corriendo, las mujeres
conversando de lo maravillosos que son sus hijos y yo al lado de la parrilla
conversando con los maridos… Y ahí despertó mi antiguo recuerdo de esa fiesta.
Imaginé el repudio por haber conversado con sus maridos.
Imaginé el pelambre y las suspicacias. Imaginé cuántas pensaron que yo era una
roba-maridos. Un frío recorrió mi espalda.
¿Por qué las casadas o emparejadas no soportan que una
soltera esté cerca de sus parejas? ¿Qué tenemos de malo? ¿Lepra?
No sé, pero existe esta guerra interna entre solteras y
casadas que me enferma. No ando interesada en el marido de nadie porque,
además, mi gusto es bien especial y creo que ni uno se ajusta a mi gusto en
hombres. Por otro lado ¿Qué tiene de malo conversar con alguien? ¿Cómo se puede
confundir tanto una situación?
Y ahí estoy, pensando si vale o no la pena arriesgarse a
asistir a un simple asado.
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